Saltillo no está para payasadas

BAILE Y COCHINO…

Por: Horacio Cárdenas

Mucha de la discusión política de los últimos días se ha centrado en un calificativo aparentemente irrelevante, pero que a lo mejor no debería ser tomado tan a chunga ni tan a la ligera. Nos estamos refiriendo a la aparente seriedad de uno de los candidatos, el del Partido Revolucionario Institucional, José María Fraustro Siller, a quien se señala por su poca expresividad.

En el otro extremo del espectro político local, nos encontramos a Armando Guadiana Tijerina, que sí, es todo lo contrario del candidato priísta en cuanto a su manera de desenvolverse socialmente, lo cual fue aprovechado por el líder nacional del PRI de visita por Saltillo, Alejandro “Alito” Moreno, para calificarlo de payaso, y derivar de allí una serie de dimes y diretes que son el encanto de las redes sociales.

Saltillo, y para el caso cualquier otro municipio de Coahuila y de México, ha tenido gobernantes con los caracteres más diversos.

Solo por recordarlo ahorita, Ernesto Valdés Cepeda recién fallecido, quien fuera presidente municipal de Arteaga, era un tipo de sangre liviana que a todo el mundo le caía bien, no siempre hacían gracia sus bromas pesadas, pero de que eran oportunas, nadie se lo quita.

Saltillo, ni que decir, tuvo a Humberto Moreira, quizá el más querido y más extrañado por cierto sector de la población, por ese carácter tan campechano con el que gobernaba y trataba a todo el mundo, Jericó Abramo que quiso imitarlo hasta en el baile pero siempre pareció que estaba adentro de una botarga, el regañón moralino de Rosendo Villarreal, el pausadísimo de Viviano Berlanga, los siempre fríos y esos sí serios Manuel López y Miguel Arizpe, que se portaban como gerentes más que como alcaldes, de todo ha habido aquí en Saltillo, a veces más para entretenimiento y tema de conversación de la población, que como gestores de la convivencia entre sus habitantes y de la relación de estos con el gobierno.

Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que la presidencia municipal de Saltillo era considerada como un mero adorno, como una extensión del gobierno del estado de Coahuila.

Nos imaginamos que esto mismo sucedía en el resto de las capitales de cada uno de los estados de la federación, en donde si el gobernador y el alcalde son del mismo partido, se da una especie de sumisión de facto entre el subordinado y el superior, que a la hora que son de partidos opuestos… se convierte en un continuo y permanente enfrentamiento, así sea por los temas más triviales, o por cuestiones realmente importantes.

Deveras, si se decía que cuando Óscar Flores Tapia era gobernador, estaba tan ocupado, pero tan ocupado con su encomienda, que seguido se le podía ver parado a la puerta de palacio de gobierno, las malas lenguas dicen que, vistiendo su favorita, una camisa de pescaditos, a ver quien pasaba y a donde iba. Si eso era el gobierno de Coahuila, imagínese que era la presidencia municipal, todavía menos demandante de trabajo formal y organizado de parte del titular.

De los que pasaron sin pena ni gloria, tenemos a uno cuya mayor obra fue la de poner tierra roja en los camellones… esos que por no regar el pasto se había secado completamente, aquella tierra roja, la que no se llevó el agua en algún chaparrón, se la llevó una tolvanera, y de su administración no se recuerda nada, lo mismo de otro que le gustaban las carreras, y no programaba nada por las tardes, porque tenía que entrenar… pero hay que tener presidente municipal, realidad que algunos considerarán como un mal necesario, y otros como un mal a secas.

Pero ya aterrizando en el momento actual, nos encontramos con que Saltillo, citando al corrido sin saber cómo ni cuándo, se ha venido ubicando en algunos de los cuadros de honor, de todo lo que suele elaborarse en el país para comparar unas ciudades con otras. Hasta sus habitantes se sorprendieron cuando hace algunos años la capital de Coahuila quedó como una de las mejores ciudades para vivir, la segunda o tercera, los saltilleros se preguntaban ¿cómo vivirán en otros lados?, ¡pobres!, también alguna vez se señaló a Saltillo como una de las ciudades con mayor desarrollo humano, y también como una de las ciudades más competitivas, esto en el terreno económico, y uno de los mejores sitios para laborar.

La que nos satisface, yo creo que a todos, es la de que de unos años para acá es de las ciudades con menor percepción de inseguridad, luego de haber vivido una época de auténtica pesadilla hace una década más o menos, la situación ha mejorado tan radicalmente que nos rehusamos a recordar las que pasamos, y que sí, si se logró remontar aquella profunda crisis fue por el trabajo de los gobernantes, estatal y del municipio, para contener y erradicar al crimen organizado que se había enseñoreado de “la plaza”.

Ahora que está en juego la presidencia municipal y la integración del cabildo de Saltillo, es momento de tomarse las cosas en serio.

La ciudad, repetimos, allí están los diplomas y reconocimientos de dependencias gubernamentales, organizaciones civiles y hasta una que otra escoba de plata, tiene un cierto estándar de vida, que nadie deseamos que se demerite por razones atribuibles al funcionamiento del gobierno municipal.

Para quienes vivimos aquí, hay situaciones que son de lo más inconvenientes, por decir lo menos, siendo nuestro temor que pudieran empeorar por una mala decisión popular sobre quien debe gobernar Saltillo. A que más que la verdad, el tráfico en la otrora ciudad del aire acondicionado, se ha convertido en su talón de Aquiles. No solo es incómodo el desplazamiento de un lado a otro para quienes tiene que hacerlo durante toda la jornada, sino que está convirtiéndose en un factor que favorezca u obstaculice el desarrollo de la ciudad. No solamente es lo relativo a que andar en carro sea cada vez más tardado de ir de un sitio a otro, sino que como no hay un sistema de transporte colectivo que por sus características haga cómoda su utilización, la gente seguirá prefiriendo su carro a usar un camión, pero además, hemos perdido el hábito y el gusto por caminar al trabajo o a la escuela, de compras o para ir de visita a donde sea, ¿y cómo va uno a querer caminar si las banquetas son un peligro y cruzar las calles un albur?

Saltillo tiene buenas calificaciones pese a lo que los locales sabemos de la ciudad. A lo mejor es porque nos gusta sufrir, porque somos mentirosos al hablar de lo que nos aqueja, o porque no asomamos la nariz fuera de casa, lo que sea.

Si alguna vez, muchas veces tuvimos alcaldes que ni se notaban, no es este el momento de darle el voto a alguien que empeore lo poco de bueno que tenemos, como hemos podido constatar que ha ocurrido en el nivel federal.

Gobernar no es un deporte, ni es un tratamiento para los traumas de infancia, es un asunto serio, así nos lo tomamos nosotros ciudadanos, y así esperamos que se lo tomen quienes sean electos para gobernarnos en el futuro inmediato.

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